por Luciano Doti
Aquel verano, mi amigo Damián y yo deberíamos tener unos 12
años. Su hermano Pablo 9 ó 10, no recuerdo bien. La cuestión es que muchas
veces pasábamos la tarde solos en su casa. Estábamos de vacaciones, y sus
padres trabajaban.
Era una casa de dos plantas. Nosotros estábamos mayormente
arriba, donde tocábamos la guitarra, o en la terraza, para observar el barrio
y, tal vez, alguna chica.
Cuando queríamos cualquier cosa de abajo, generalmente le
pedíamos a Pablo que la fuera a buscar.
La hora de la siesta era silenciosa, muy tranquila. En la Lomas del Mirador de esa
época había menos autos y gente. La casa se mantenía oscura, ya que por el
intenso sol se dejaban las persianas bajas. Silencio y oscuridad.
La madre de Damián tenía una muñeca que había conservado de
su infancia. Era una linda muñeca; si uno la miraba fugazmente entre penumbras,
podía pasar por una niña con una apariencia algo demodé. De hecho, ese look de
niña antigua la hacía un tanto aterradora; eso y que daba la sensación que
observara desde su taciturna quietud.
Una de esas tardes, Pablo bajó a buscar una bebida. Al
regresar parecía un poco lívido y perturbado. Entregó la bebida a su hermano,
pero éste la desaprobó:
—Te pedí la otra.
—Bueno, no sé, agarré ésta y subí... —ahora sí, definitivamente parecía perturbado.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—...
—¿Qué?
—La muñeca se movió.
Nos miramos con Damián y bajamos los tres de inmediato,
entre intrigados y divertidos.
Al llegar al piso inferior, comenzamos a caminar despacio, y
hablando poco y en voz baja. Pablo nos había contagiado algo de su temor.
Espiamos a la muñeca desde la puerta del ambiente en que se
hallaba, como si se tratara de una persona real. La muñeca miraba para otro
lado, no nos vio. Nos pareció obvio que no nos viera.
Fuimos a la cocina y agarramos la bebida que queríamos,
dejando en su lugar la otra. Luego nos dirigimos arriba. Pero antes echamos
otro vistazo a la muñeca. Nadie dijo nada y seguimos caminando, esta vez no tan
despacio.
Creo que los tres habíamos visto lo mismo: en la segunda
inspección, la muñeca miraba hacia la puerta, hacia nosotros.
Es un buen comienzo para una historia inquietante.
ResponderEliminarSiempre odié esas muñecas y si ahora me dices esto, pues más. Muy bueno Luciano. Un abrazo
ResponderEliminarBrrrrrrrr... con tan breve texto, ya conseguiste inquietarnos.
ResponderEliminar=(
Qué tendrán esas muñecas!!! solo con mirarlas notas sensaciones incómodas...
ResponderEliminarme gusta. Suerte
Algo se movió en mi pecho al leer la última frase... Muy bueno. Un saludo.
ResponderEliminarMuy buena puesta en escena. Sé que por el concurso no lo desarrollaste más, pero me encantaría una versión extendida.
ResponderEliminarInquietante relato, Luciano. Muy bien narrado. Me gustó mucho.
ResponderEliminarUn saludo!
Saludos, buen relato, esas muñecas dan susto. Éxitos!
ResponderEliminar¡¡Que miedo, tener una muñeca así!!
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un gran abrazi.