viernes, 5 de mayo de 2017

Casa de muñecos



por Luciano Doti

Cuando heredamos esa casa, al principio dudamos en aceptarla, pero luego pensamos que nos serviría para obtener unos pesos con su venta. Antes de eso, decidimos pasar unos días allí; era verano y nos venía bien salir un tiempo de la ciudad.
El camino de acceso a ese paraje nos hizo recordar a muchas películas yanquis que transcurren en el Medio Oeste; esas conocidas como road movies, en las que los protagonistas se desvían de la autopista porque hay un viejo camino que les permite ahorrar varias millas.
El auto iba dejando una estela de polvo detrás de nosotros, y creo que no nos cruzamos otro vehículo en los últimos kilómetros. Al menos, en la estación de servicio en la que nos aprovisionamos de combustible y snacks antes de tomar ese camino, no había ningún sujeto perturbado. Lo perturbador comenzó al llegar a destino. Entonces nos pareció ver cuatro bebés o niños pequeños colgados de la cerca del frente. Confieso que taquicardia y escalofrío se apoderaron de mi cuerpo y mi mente quedó en blanco. A Silvina, mi pareja, le ocurrió otro tanto. Digo “nos pareció” porque al final no eran niños, sino muñecos que alguien había tenido el mal gusto de colgar allí.
No teníamos vecinos medianera de por medio como en la ciudad, por lo que optamos por no preguntar sobre el particular; ya habría tiempo al día siguiente, en caso de que nos sintiéramos motivados a averiguar, y si no, quedaría como una desagradable anécdota. Simplemente nos dispusimos a pernoctar y estar en contacto con la naturaleza.
Esa noche tuve pesadillas. Soñé con bebés que caminaban por ese lugar. Tenían la apariencia de bebés, pero caminaban y hablaban como niños un poco más grandes. Su aspecto era aterrador. Similar al de los muñecos que nos recibieron en la entrada. Admito que me dio miedo y, pese al calor, me tapé con la sábana; es lo que hago siempre que tengo una pesadilla o un mal presagio durante la noche. Silvina, al lado mío, no se enteró; dormía profundamente.
Al despertar, todo fue normal. Salimos afuera a caminar un poco y durante la recorrida vimos otra casa. Silvina propuso que nos presentáramos a sus moradores y que tal vez podríamos aprovechar para preguntar sobre los muñecos.
Cierto. Los muñecos. Lo había olvidado. Dudé si comentarle acerca de mi pesadilla de la noche. Finalmente lo hice. Quedó pensativa y la noté asustada. Luego me contó que ella había tenido un sueño parecido, por eso su interés en preguntar.
Llamamos aplaudiendo en el frente dado que no había timbre. Salió una mujer joven pero bastante avejentada. Tras las presentaciones y comentarios de ocasión, indagamos por los muñecos. Nos contó que sus antiguos dueños los usaban para hacer maleficios, magia negra. Que una entidad a la que debían favores les pedía como tributo las almas de muchos de los niños de ese paraje. Que luego iban quedando los muñecos, como vudús, colgados en la cerca, y que nadie se atrevía a acercarse. Que no sabía cómo nosotros nos habíamos animado a pasar la noche allí.
No dije nada de que yo era pariente de los antiguos habitantes. Sólo busqué la manera de terminar la conversación y llevarme a Silvina de vuelta a la nefasta casa, para cargar las cosas en el auto y volver a la ciudad.
Hoy, transcurrido largo tiempo, encontré la foto de esa casa con los muñecos en un blog de internet. Proponen escribir un relato basado en la imagen, y yo escribí esta historia que la mayoría tomará como ficción.