viernes, 25 de noviembre de 2016

El arcano sin nombre


por Luciano Doti



Hacía un tiempo demasiado largo que Damián estaba obsesionado con una chica. La veía en su mente durante todo el día y en las noches de insomnio. Para colmo, existía Facebook, la red social que se encarga de poner al alcance de un solo click las imágenes, pensamientos y vida social de la persona que nos fascina, por lo que es una mala época para ello. Con todo, eso no se elige, sucede y punto.
Tomó el mazo de cartas de tarot y ensayó una tirada. Estaba lejos de ser un experto, de hecho había comprado esas cartas como un objeto de colección y entretenimiento, pero buscar respuestas en la cartomancia le producía cierta sensación de estar conectándose con ella.
«La Muerte» se hallaba ahora sobre la mesa. ¿Qué podía tener que ver con su obsesión? ¿Marcaba el final o un nuevo comienzo? ¿Y si anunciaba su propia muerte?
A la obsesión con la chica se sumó la sugestión de que la muerte le rondaba cerca.
La obsesión pudo más y una noche fue a buscarla a un restó donde sabía que estaría cenando.
Resultó una locura, ella estaba acompañada. La vio frente a la puerta del local gastronómico, abordo de un auto. Se acercó a la ventanilla, fuera de control, tanto como para romper el vidrio con un objeto contundente. El novio de ella, por celos o temiendo ser víctima de un asalto, tomó el arma que llevaba en la guantera y dio sentido a la tirada de tarot.


Publicado en la antología "Detrás de la palabra", Tahiel Ediciones, 2016. Cuento destacado por el Jurado. 

viernes, 24 de junio de 2016

Noche de San Juan

por Luciano Doti




Las ferias han sido desde antaño un ámbito en el cual se dan cita las expresiones más populares de cada tiempo y lugar. En la edad media tuvieron su apogeo, siempre vinculadas al sentir religioso. La de la Noche de San Juan fue acaso la única que logró sobrevivir hasta nuestra era. Su origen se remonta a la Europa pagana, no por nada solía coincidir con el solsticio de verano, y aquí con el de invierno; esto último le ha dado un tono tipo Halloween del sur. Decenas de leyendas se asocian a esta festividad.

Por aquellos días, se celebraba una nueva edición de la Noche de San Juan. Ahora, mientras escribo esto, no puedo recordar con exactitud si era esa noche o ya había sido la anterior o la próxima; por eso prefiero decir que fue por aquellos días. Más teniendo en cuenta que la celebración cae casi encima de la del Nacimiento del Sol, de origen incaico, y a veces ambas se unifican.

Me hallaba yo en la Feria de Mataderos, ese día había muchos números artísticos dedicados a ambas fiestas, aunque la de los aborígenes tenía epicentro en la Reserva Ecológica. Bebí bastante. Un poco había empezado a hacerlo yo solo, pero luego me encontré a unos amigos, y la ronda de vino patero y empanadas continuó extendiéndose. Como un regreso rutilante al medio-evo, me entregué a un pantagruélico festín. Tinto va, tinto viene, iba adentrándome en un soporífero trance, bajo la órbita de quién sabe qué ídolo. Pudo ser Inti, Baco o cualquier otro dios. De seguro no era Dios, no Jehová, pese a la invocación de San Juan.

En qué momento me sentí inmerso en ese océano sin tiempo y lugar en que habitan los seres que salen en la noche a atormentar las almas penantes, no lo sé con propiedad. Esta historia tiene más dudas que certezas al respecto. Quizás en esas dudas sobre el tiempo radique la principal certeza, ya que la ausencia de un orden cronológico indica la entrada a una dimensión diferente a la que habitamos en cuanto cuerpo. Estoy sí convencido de que había llegado a la feria de día y de que para entonces era ya de noche. Brillaban fulgurantes las fogatas encendidas en toneles de metal colocados para la ocasión. El rumor de la gente era un murmullo envolvente, cargado de una atmósfera siniestra. Me quedé atónito observando tal enjambre de personas, objetos y expresiones culturales; comidas cuyos aromas impregnaban el aire, un partido de fútbol improvisado en plena calle con una pelota que ardía en llamas, jineteadas…

A lo lejos se oía el galopar de una tropilla de equinos, un eco distante que a cada segundo se volvía más y más próximo. Cuando ya estuvieron junto a mí, me di cuenta de que las bestias no eran simples caballos, ni los jinetes personas comunes y corrientes. Las bestias eran más bien una especie maldita, que pretendiendo emular a nuestros nobles equinos, se les mimetizaban sin alcanzar a ser iguales, principalmente porque éstos tenían alas. Los jinetes serían los del Apocalipsis, ¿quién sabe?; estaban enmascarados y no hacían más que galopar en círculo, en rededor nuestro, contemplando las fogatas. Después levantaron vuelo. Yo seguía observando, atónito. Un poco porque el consumo de vino me había quitado las ganas de hablar, experimentaba un estado de narcolepsia frecuente en tales circunstancias, y a eso se le sumaba que esos jinetes y sus bestias me habían robado parte de mi voluntad, me habían despojado de toda fuerza al remontar vuelo.

Pasaron el resto de la noche volando también en círculos. De vez en cuando alguno se mandaba una caída libre hacia nosotros para luego regresar al aire, describiendo una suerte de “U”. En cualquier caso, no lograban tocarnos. Finalmente, el amanecer los disipó.

Es una noche mágica la de San Juan, desde el medio-evo se la ha elegido como celebración cargada de misticismo. Cuenta una leyenda que viene de aquellos tiempos, que en la región del antiguo reino de Asturias, unos caballos con alas y de diferentes colores suelen sobrevolar los campos montados por misteriosos jinetes, y los pastores encienden fogatas, ya que es creencia popular que el fuego es el mejor antídoto para ahuyentarlos.




viernes, 8 de abril de 2016

Acerca del desarrollo del método «warp» en el planeta Azul

por Luciano Doti



Durante décadas habíamos estado viendo a través de telescopios a esa civilización que estaba situada a millones de años luz de nuestro planeta.
Al principio, sólo podíamos ver unos objetos que tapaban su estrella durante períodos de tiempo irregulares. Eso nos llevó a pensar que existía la posibilidad de que no se tratara de planetas, los cuales suelen presentar una elíptica más regular. Se aceptó la teoría de que fuera una estación espacial con paneles solares, para proveerse de energía sin degradar su planeta. De ser así, no estábamos solos en la Vía Láctea.
Con el paso de los años, nuevos telescopios se fueron incorporando a las herramientas que teníamos para la observación, los cuales eran más potentes que los anteriores, de manera que nos permitieron ver más. Entonces, ya éramos capaces de observar algunos de sus vuelos en naves que nunca se acercaban a nuestra locación.

Jaime Curtis siempre había sido considerado un nerd. Estaba empecinado en hallar el modo de realizar viajes a planetas remotos, a raíz de su fanatismo por series de ciencia ficción del siglo XX como «V», «Stargate» o «Viaje a las Estrellas». La carrera de física la realizó en tiempo record, y se graduó con medalla de honor. Luego consiguió trabajo de investigador en esa misma universidad. Su proyecto más ambicioso consistía en hallar la manera de desarrollar el método de desplazamiento «warp», para hacer una curva en la línea espacio-tiempo y viajar a esos destinos que aún eran inaccesibles.

Nosotros continuamos observando a esos alienígenas. Su estrella se había convertido en un norte para la mayoría de nuestros telescopios. Al mismo tiempo, nos preguntábamos si ellos estarían haciendo algo similar.
Con todo, éramos nosotros los que hacíamos lo mismo que ellos, ya que después de analizar y discutir mucho, adoptamos su sistema de estación espacial con paneles solares para obtener energía. Pero si bien les copiamos ese sistema, en adelante logramos un mayor progreso tecnológico.

No fue Jaime Curtis el que halló la manera de desarrollar el método «warp», pero sí tuvo la oportunidad de quedar a cargo de él en su planeta, el Azul que ellos llaman Tierra, dado que era el más capacitado para entenderlo cuando arribamos ahí.