martes, 20 de diciembre de 2016
miércoles, 30 de noviembre de 2016
viernes, 25 de noviembre de 2016
El arcano sin nombre
por Luciano Doti
Hacía un
tiempo demasiado largo que Damián estaba obsesionado con una chica. La veía en
su mente durante todo el día y en las noches de insomnio. Para colmo, existía
Facebook, la red social que se encarga de poner al alcance de un solo click las
imágenes, pensamientos y vida social de la persona que nos fascina, por lo que
es una mala época para ello. Con todo, eso no se elige, sucede y punto.
Tomó el mazo
de cartas de tarot y ensayó una tirada. Estaba lejos de ser un experto, de
hecho había comprado esas cartas como un objeto de colección y entretenimiento,
pero buscar respuestas en la cartomancia le producía cierta sensación de estar
conectándose con ella.
«La Muerte»
se hallaba ahora sobre la mesa. ¿Qué podía tener que ver con su obsesión?
¿Marcaba el final o un nuevo comienzo? ¿Y si anunciaba su propia muerte?
A la
obsesión con la chica se sumó la sugestión de que la muerte le rondaba cerca.
La obsesión
pudo más y una noche fue a buscarla a un restó donde sabía que estaría cenando.
Resultó una
locura, ella estaba acompañada. La vio frente a la puerta del local
gastronómico, abordo de un auto. Se acercó a la ventanilla, fuera de control,
tanto como para romper el vidrio con un objeto contundente. El novio de ella,
por celos o temiendo ser víctima de un asalto, tomó el arma que llevaba en la
guantera y dio sentido a la tirada de tarot.
Publicado en la antología "Detrás de la palabra", Tahiel Ediciones, 2016. Cuento destacado por el Jurado.
viernes, 24 de junio de 2016
Noche de San Juan
por Luciano Doti
Las ferias han sido desde antaño un ámbito en el cual se dan cita las expresiones más populares de cada tiempo y lugar. En la edad media tuvieron su apogeo, siempre vinculadas al sentir religioso. La de la Noche de San Juan fue acaso la única que logró sobrevivir hasta nuestra era. Su origen se remonta a la Europa pagana, no por nada solía coincidir con el solsticio de verano, y aquí con el de invierno; esto último le ha dado un tono tipo Halloween del sur. Decenas de leyendas se asocian a esta festividad.
Por aquellos días, se celebraba una nueva edición de la Noche de San Juan. Ahora, mientras escribo esto, no puedo recordar con exactitud si era esa noche o ya había sido la anterior o la próxima; por eso prefiero decir que fue por aquellos días. Más teniendo en cuenta que la celebración cae casi encima de la del Nacimiento del Sol, de origen incaico, y a veces ambas se unifican.
Me hallaba yo en la Feria de Mataderos, ese día había muchos números artísticos dedicados a ambas fiestas, aunque la de los aborígenes tenía epicentro en la Reserva Ecológica. Bebí bastante. Un poco había empezado a hacerlo yo solo, pero luego me encontré a unos amigos, y la ronda de vino patero y empanadas continuó extendiéndose. Como un regreso rutilante al medio-evo, me entregué a un pantagruélico festín. Tinto va, tinto viene, iba adentrándome en un soporífero trance, bajo la órbita de quién sabe qué ídolo. Pudo ser Inti, Baco o cualquier otro dios. De seguro no era Dios, no Jehová, pese a la invocación de San Juan.
En qué momento me sentí inmerso en ese océano sin tiempo y lugar en que habitan los seres que salen en la noche a atormentar las almas penantes, no lo sé con propiedad. Esta historia tiene más dudas que certezas al respecto. Quizás en esas dudas sobre el tiempo radique la principal certeza, ya que la ausencia de un orden cronológico indica la entrada a una dimensión diferente a la que habitamos en cuanto cuerpo. Estoy sí convencido de que había llegado a la feria de día y de que para entonces era ya de noche. Brillaban fulgurantes las fogatas encendidas en toneles de metal colocados para la ocasión. El rumor de la gente era un murmullo envolvente, cargado de una atmósfera siniestra. Me quedé atónito observando tal enjambre de personas, objetos y expresiones culturales; comidas cuyos aromas impregnaban el aire, un partido de fútbol improvisado en plena calle con una pelota que ardía en llamas, jineteadas…
A lo lejos se oía el galopar de una tropilla de equinos, un eco distante que a cada segundo se volvía más y más próximo. Cuando ya estuvieron junto a mí, me di cuenta de que las bestias no eran simples caballos, ni los jinetes personas comunes y corrientes. Las bestias eran más bien una especie maldita, que pretendiendo emular a nuestros nobles equinos, se les mimetizaban sin alcanzar a ser iguales, principalmente porque éstos tenían alas. Los jinetes serían los del Apocalipsis, ¿quién sabe?; estaban enmascarados y no hacían más que galopar en círculo, en rededor nuestro, contemplando las fogatas. Después levantaron vuelo. Yo seguía observando, atónito. Un poco porque el consumo de vino me había quitado las ganas de hablar, experimentaba un estado de narcolepsia frecuente en tales circunstancias, y a eso se le sumaba que esos jinetes y sus bestias me habían robado parte de mi voluntad, me habían despojado de toda fuerza al remontar vuelo.
Pasaron el resto de la noche volando también en círculos. De vez en cuando alguno se mandaba una caída libre hacia nosotros para luego regresar al aire, describiendo una suerte de “U”. En cualquier caso, no lograban tocarnos. Finalmente, el amanecer los disipó.
Es una noche mágica la de San Juan, desde el medio-evo se la ha elegido como celebración cargada de misticismo. Cuenta una leyenda que viene de aquellos tiempos, que en la región del antiguo reino de Asturias, unos caballos con alas y de diferentes colores suelen sobrevolar los campos montados por misteriosos jinetes, y los pastores encienden fogatas, ya que es creencia popular que el fuego es el mejor antídoto para ahuyentarlos.
viernes, 8 de abril de 2016
Acerca del desarrollo del método «warp» en el planeta Azul
por Luciano Doti
Durante décadas habíamos estado viendo a través de telescopios a esa civilización que estaba situada a millones de años luz de nuestro planeta.
Durante décadas habíamos estado viendo a través de telescopios a esa civilización que estaba situada a millones de años luz de nuestro planeta.
Al principio, sólo podíamos ver
unos objetos que tapaban su estrella durante períodos de tiempo irregulares.
Eso nos llevó a pensar que existía la posibilidad de que no se tratara de
planetas, los cuales suelen presentar una elíptica más regular. Se aceptó la
teoría de que fuera una estación espacial con paneles solares, para proveerse
de energía sin degradar su planeta. De ser así, no estábamos solos en la Vía
Láctea.
Con el paso de los años, nuevos
telescopios se fueron incorporando a las herramientas que teníamos para la
observación, los cuales eran más potentes que los anteriores, de manera que nos
permitieron ver más. Entonces, ya éramos capaces de observar algunos de sus
vuelos en naves que nunca se acercaban a nuestra locación.
Jaime Curtis siempre había sido
considerado un nerd. Estaba empecinado en hallar el modo de realizar viajes a
planetas remotos, a raíz de su fanatismo por series de ciencia ficción del
siglo XX como «V», «Stargate» o «Viaje a las Estrellas». La carrera de física
la realizó en tiempo record, y se graduó con medalla de honor. Luego consiguió
trabajo de investigador en esa misma universidad. Su proyecto más ambicioso
consistía en hallar la manera de desarrollar el método de desplazamiento «warp»,
para hacer una curva en la línea espacio-tiempo y viajar a esos destinos que
aún eran inaccesibles.
Nosotros continuamos observando a
esos alienígenas. Su estrella se había convertido en un norte para la mayoría
de nuestros telescopios. Al mismo tiempo, nos preguntábamos si ellos estarían
haciendo algo similar.
Con todo, éramos nosotros los que
hacíamos lo mismo que ellos, ya que después de analizar y discutir mucho, adoptamos
su sistema de estación espacial con paneles solares para obtener energía. Pero
si bien les copiamos ese sistema, en adelante logramos un mayor progreso
tecnológico.
No fue Jaime Curtis el que halló
la manera de desarrollar el método «warp», pero sí tuvo la oportunidad de
quedar a cargo de él en su planeta, el Azul que ellos llaman Tierra, dado que
era el más capacitado para entenderlo cuando arribamos ahí.
viernes, 25 de diciembre de 2015
Microficciones de Navidad
La muerte en Navidad
por Luciano Doti
Esa tarde, Alfonso se preparó de manera especial. Se bañó y se puso sus mejores galas.
Ya
en la noche, sentado a la mesa, comió el pavo relleno que había
cocinado su esposa, acompañado por las deliciosas guarniciones y una
cervecita bien fría. Luego, tal cual la tradición, bebió la sidra, con
pan dulce y frutas secas.
Comenzó a sentirse extraño; el habla de los otros comensales le llegaba como un murmullo. Entonces, se desplomó.
El
resto es muy raro: un gordo barbudo de Laponia, ataviado con ropas de
abrigo rojas, lo llevaba en un trineo hacia las estrellas.
Pavo de Navidad
por Luciano Doti
Al fin podía beber alcohol. Aunque sea esa Nochebuena tenía derecho a tomarse esa licencia. Para tal fin, dejó por esa vez la medicación, que bajo ningún punto de vista debía mezclarse con brebajes etílicos.
Al morder el pavo, lo oyó quejarse. Pensó que era fruto de su imaginación, pero lo mismo ocurrió reiteradas veces.
Esa madrugada, ya en la cama, un pavo gigante lo fue a buscar, amenazó con comérselo para vengar a su compañero más pequeño.
Durante el día siguiente, Navidad, el pavo siguió rondando cerca, no lo dejó en paz. Su familia parecía no verlo, y el no decía nada porque de seguro significaría enfrentarse a lo de siempre.
El 26, volvió a tomar la medicación recetada por el psiquiatra, y el pavo gigante desistió de molestarlo.
Resfrío
por Luciano Doti
Hacía calor ese 24 de diciembre. Entre copas, Pablo se lamentaba por no haber podido vivir nunca una Navidad blanca.
A la madrugada, cuando todos se fueron a dormir, él quedó solo. Se le ocurrió preparar la bañera con el hielo que sobró y poner el aire acondicionado al mango. El cansancio lo durmió inmerso en esas aguas heladas.
Al despertar, ya era pleno día, le dolía la cabeza y tiritaba. Su esposa se levantó al baño y lo halló en ese estado. Un fuerte estornudo sonó en el momento.
—Nada peor que un resfrío de verano —sentenció ella.
Epifanía
por Luciano Doti
Daniel no creía en eso de la Navidad. Para él todo era parte de un invento de la Iglesia para adaptar al cristianismo antiguas fiestas paganas. Y lo de Papá Noel o Santa, como se lo llamaba últimamente por la penetrante influencia cultural yanqui, un negocio de los comerciantes para incrementar sus ventas. Así que, Daniel aprovechaba esa fiesta para beber y comer, en ese orden de prioridad.
Cuando la familia se fue a dormir tras la celebración de ese año, él se quedó en el sillón del living, hacía ya un rato que dormía ahí y su mujer no quiso despertarlo.
En la madrugada, se le presentó un anciano de barba blanca y ropas de abrigo rojas. Sorprendido, decidió llamar a su familia para que lo vieran, pero se encontraba en un estado en que sus reacciones eran más lentas. En el momento que por fin pudo articular palabra, el visitante ya se había ido.
Lo encontraron solo, balbuceando algo acerca de Papá Noel, visita, epifanía... La mujer lo miró a él y luego recorrió con sus ojos cada una de las botellas vacías. Resignada, le dio la razón.
El despertar
por Luciano Doti
El niño escuchó atento el relato de la estrella de Belén en la cima del árbol. Luego salió afuera y la buscó en el cielo. Podría decirse que esa noche comenzó a imaginar las historias que escribiría como escritor de ciencia ficción.
por Luciano Doti
La nieve cae sobre la ciudad. Ante mis ojos tengo una suerte de postal navideña. Los faroles iluminan el lugar, y unos edificios de estilo nórdico ofrecen sus ventanas al mundo. Una de esas ventanas está iluminada. Las otras no.
Tal vez es temprano, recién está oscureciendo, posiblemente sus moradores fueron los primeros en encender la luz.
Hago una pausa para tomar un trago de vodka. La bebida irriga mi cuerpo con un calor que mitiga la baja temperatura.
Me doy cuenta de que estoy extrañamente solo. Vuelvo a pensar en esa única ventana iluminada. Ahora se me ocurre que es un signo para que yo esta noche me formule cierta pregunta. ¿Qué hago solo, mirando una ventana iluminada, en una postal de…?
¿Dónde estoy? ¿En que rincón de Buenos Aires hace frío? Si es diciembre, y acá, en el sur, el calor suele ser abrasador.
Empiezo a desentramar el misterio de este lugar, de mi soledad y de la luz frente a mí.
No es de vodka el calor que siento en el cuerpo, sino del verano porteño. En una mano tengo una tarjeta navideña, un recuerdo que me quiero llevar; y en la otra, una sidra, que sabe como las de tantas navidades anteriores a esta última.
viernes, 27 de noviembre de 2015
El híbrido
por Luciano Doti
A falta de mujer el Zoilo debió
conformarse con una oveja.
Por esas cosas de la genética y probabilidades de
una en un millón, el animal quedó preñado.
Al tiempo nació un becerro medio
humano. Para no escandalizar a la gente, lo dejaban salir sólo en las noches;
él prefería las de luna llena, ya que bajo la luz selenita podía apreciar mejor
el paisaje.
En un paseo nocturno, alguien creyó ver
un lobisón.
Ahora, en el pueblo hablan de ese raro
ser mitológico, y no entienden por qué bala en lugar de aullar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)