por Luciano Doti
Sigmund caminó por la calle empedrada sosteniendo
con una mano el paraguas y con la otra el revólver. No quería perderle pisada
al hombre que iba delante. Aunque no distinguía bien quién era, estaba
dispuesto a gatillar. La lluvia y la noche hacían todo difuso. Los faroles no
atenuaban demasiado tanta oscuridad. Se acercó más. El hombre oyó sus pasos y
se dio vuelta. El rostro revelado le pareció inquietantemente conocido.
Recostado en el diván, terminó de narrar el
sueño al médico neurólogo que lo escuchaba. Luego el facultativo hizo una
intervención:
-Es imposible que fuera a matar a su padre,
porque él ya está muerto. Y usted no tuvo nada que ver con eso. ¡Deje de
culparse, tocayo!
Publicado por primera vez en la antología Derribando muros. Ed. Tahiel, 2017.