por Luciano Doti
-¿Tiene relojes para viajar en el tiempo?
El relojero lo miró como se suele mirar a
alguien que acaba de hacer un pedido insólito.
El cliente repitió el pedido.
-Necesito un reloj para viajar en el tiempo
y no sé si acá los conocen.
El relojero lo tomó por loco, por el pedido
y por su apariencia.
-No, acá no conocemos eso. Creo que vas a
tener que ir a otro lado.
-¿O sea que nunca vio uno de estos? –dijo
el cliente, y extrajo un reloj antiguo de su bolsillo.
-Sí, los vi, pero nunca me enteré de que
sirvieran para viajar en el tiempo.
El cliente salió balbuceando una disculpa o
un saludo de despedida. Caminó deprisa sin saber adónde.
El otro relojero le había dicho que viaje,
que su invento servía tanto para ir como para volver. Y así sucedió: en el
primer viaje fue y volvió sin problemas. Pero en el segundo, el reloj se
averió. Se le ocurrió que tal vez, siendo el futuro, ese invento ya podría ser
popular y venderse en cualquier relojería.
Ahora erraba por las calles. Aparentaba lo
que era: un hombre extraviado en el tiempo, sin dinero, con ropa antigua y un
reloj también antiguo que no le servía ni para dar la hora. ¿O podía servir
para algo?
Regresó sobre sus pasos en busca del
relojero, no el del invento.
-¿Usted compra relojes antiguos aunque no
funcionen?