miércoles, 20 de marzo de 2019

Microficciones de ajedrez



El alfil

La reina es muy hermosa. Cada vez que estoy a su lado me imagino lo maravilloso que debe ser estar en pareja con ella. Ésa es mi condena: estar tan cerca de tamaña beldad sabiendo que desde el otro flanco vigila el rey.
Hay veces que me alejo un poco, y a la distancia, le dirijo una mirada en diagonal. Es que yo todo lo hago en diagonal.


El caballo de ajedrez

El caballo se asomó un poco desde la caja que había quedado abierta y alcanzó a divisar una jineteada en la pantalla de la TV. Se sorprendió al ver que esos animales que compartían con él la especie equina fueran tan diferentes. Ellos tenían cuerpo y cuatro extremidades, sumado a que podían desplegar una gran variedad de acciones. No eran sólo una cabeza con movimientos en ele.


Estrategias

El jugador de ajedrez debe ser un buen estratega. En la vida, pasa igual.
Por ejemplo, hay hombres que intentan planificar su modo de actuar en el matrimonio antes de consumarlo, para evitarse disgustos venideros. Con algunas mujeres, sucede lo mismo; acaso por eso, no pocas veces, tras el velo blanco de novias ocultan una jugada.
En el ajedrez, una de las piezas más importantes recibe el nombre de “dama” o “reina”. Cuando la dama se cree reina, quiere ser soberana en su hogar. El estratega trata de impedirlo.



Autor: Luciano Doti




miércoles, 9 de enero de 2019

Reloj



por Luciano Doti


-¿Tiene relojes para viajar en el tiempo?
El relojero lo miró como se suele mirar a alguien que acaba de hacer un pedido insólito.
El cliente repitió el pedido.
-Necesito un reloj para viajar en el tiempo y no sé si acá los conocen.
El relojero lo tomó por loco, por el pedido y por su apariencia.
-No, acá no conocemos eso. Creo que vas a tener que ir a otro lado.
-¿O sea que nunca vio uno de estos? –dijo el cliente, y extrajo un reloj antiguo de su bolsillo.
-Sí, los vi, pero nunca me enteré de que sirvieran para viajar en el tiempo.
El cliente salió balbuceando una disculpa o un saludo de despedida. Caminó deprisa sin saber adónde.
El otro relojero le había dicho que viaje, que su invento servía tanto para ir como para volver. Y así sucedió: en el primer viaje fue y volvió sin problemas. Pero en el segundo, el reloj se averió. Se le ocurrió que tal vez, siendo el futuro, ese invento ya podría ser popular y venderse en cualquier relojería.
Ahora erraba por las calles. Aparentaba lo que era: un hombre extraviado en el tiempo, sin dinero, con ropa antigua y un reloj también antiguo que no le servía ni para dar la hora. ¿O podía servir para algo?
Regresó sobre sus pasos en busca del relojero, no el del invento.
-¿Usted compra relojes antiguos aunque no funcionen?