sábado, 30 de agosto de 2014

Casa nueva


por Luciano Doti

Es madrugada. No hay nadie en casa. Al menos no debería haber nadie. Pero oí ruidos en la cocina y me levanté de la cama.
La puerta entornada deja pasar un rayo de la luz que yo dejé apagada. En otra situación pensaría que se trata de ladrones, pero ya estoy consciente de que aquí suceden eventos extraños.
No es una persona, tampoco un roedor. Es alguien que acciona y mueve cosas sin tocarlas, y a quien debo explicarle que ya no vive en este lugar; y cuando digo “este lugar” no me refiero sólo a la casa.
Es una tarea difícil esa de hacerle entender que se vaya. Es obvio que ésa es la razón por la cual los herederos de la mujer que se suicidó me vendieron su propiedad a tan bajo precio.

sábado, 23 de agosto de 2014

Obsesión vienesa

por Luciano Doti

He pasado las últimas semanas con una idea dando vueltas en mi cabeza. La idea ha devenido en obsesión. Intentando dilucidar me adentré en las elucubraciones de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. En mi mente se han mezclado mi idea primigenia junto con sus casos de estudio; pese a que cien años separan a uno de los otros, todos se han ido acoplando.
Mi problema tiene origen en Buenos Aires, pero de tanto pensar en el psicoanálisis, me he transportado a Viena; acaso tengan puntos en común mi ciudad natal con la capital austríaca. Hay quienes dicen que Buenos Aires, la reina del Plata, es la antigua capital de un imperio que jamás existió, y Viena lo fue del imperio Austro-Húngaro, he allí algo en común.
La ciudad de Viena me ha seducido siempre; sus historias de emperadores, príncipes y doncellas, tanto las reales como las ficticias; los Habsburgo y su conexión con España e Hispanoamérica; la música clásica; Strauss, Mozart… la sola mención de su nombre hace que me adentre en una dimensión de armonía y pensamientos tan elevados, que me resulta imposible plasmar en el papel. También, al evocar Viena, vienen a mí relatos de vampiros, muchos de ellos ambientados en esa geografía.
Recuerdo la dulce melodía del vals “Bello Danubio azul”, como sonaba en cierta iglesia de Buenos Aires, durante un enlace marital, pequeño festín burgués. El viento arremolinando el vestido largo de una de las damas de honor, y sus piernas…
¿Cómo hallar el origen de una obsesión? ¿En qué momento nos obsesionamos con algo? Sólo queda retroceder más y más; bucear en lo profundo de nuestros recuerdos, hasta encontrar algo, ese algo que hoy nos obsesiona y ayer apareció por primera vez.
Fue en aquella boda, en aquella iglesia, que yo me obsesioné con ella, con la dama de honor. En el caso de que no hubiera algo previo, porque hay quienes afirman, desde teoría kármicas, que fascinaciones que experimentamos ante determiandas personas que se cruzan en nuestro camino, son una consecuencia de vidas anteriores. ¿Estaremos viviendo nosotros hechos gestados en vidas anteriores? Así como los vampiros arrastran siglos de historias personales, ¿estaremos nosotros también llevando encima el mismo bagaje, sólo que no lo recordamos explícitamente?
Así que, recordar el vals vienés me llevó a Freud, en particular al caso de una paciente que no asume una tendencia inconveniente para la época. Resultaba posible que la dama de honor tuviera, aunque sea de manera leve, la misma tendencia; esto lo sabía por comentarios, aunque en el caso de ella esta tendencia no excluía la otra; por suerte para mí, se trataba sólo de un juego y no más. También en las historias de vampiros, las féminas colmilludas suelen practicar esos juegos entre ellas.
Aquella boda sucedió hace ya unos años, pero en las últimas semanas volvió a mí el recuerdo de la dama de honor; un encuentro fortuito con ella lo reinstaló en el presente. Desde entonces, tengo la idea de lograr un acercamiento.
Pese a lo intrincado de las teorías freudianas y kármicas, yo soy sólo un hombre obsesionado con una mujer. No pretendo un final en el cual suene “Bello Danubio azul” en una iglesia, ni un imposible beso sangriento que nos una eternamente cual vampiros; me conformaría con mucho menos.